Lucía tiene dieciséis años y el día de hoy solo ha
ingerido las 27 calorías que contiene la mitad de su manzana, su cuerpo está
casi tan débil como ella en este momento y ver sobresalir los huesos de
su cadera es lo único que le saca una sonrisa. Ella no recuerda el día en el
que empezó a odiar su cuerpo, pero no piensa detenerse hasta que la aguja de la
báscula marque los 45 kilos que tanto anhela, "primero muerta que
gorda", piensa.
Como Lucía miles de jóvenes alrededor del mundo sufren de
trastornos alimenticios, Ana y Mía son los nombres que este grupo de chicas
autodenominadas "princesas" le han dado a sus fantasmas internos.
Ellas no son otra cosa que la anorexia y la bulimia, dos enfermedades
psicológicas que llevan a las jóvenes a no comer o a comer grandes cantidades
de alimentos para luego inducirse el vómito.
Pero, ¿qué puede llevar a alguien a hacer algo así? Pues
hace algún tiempo navegando por los numerosos blogs pro ana y pro mía que
existen en la red, leí: "Uno deja de comer porque se siente muy lleno o
muy vacío". Y es que una de las causas que más destacan de este trastorno
es la falta de autoestima o amor propio, la frustración de las jóvenes que
sienten que viven en un mundo que no las comprende o que simplemente no fue
hecho para ellas y que caen en estas enfermedades en busca de autocontrol.
La sociedad tiene también algo de culpa en esta
problemática, ya que nos expone día a día a estereotipos de belleza
inalcanzables que pueden llevarnos a creer que no somos suficientemente buenas.
Las modelos talla cero, la cultura light y la publicidad no hacen más que
potenciar esta idea equivocada de que existe perfección en el ser humano, y
peor aún que esa perfección está determinada por la báscula.
Son numerosas las causas que podríamos atribuirle a los
trastornos alimenticios, lo cierto es que cada caso es distinto, lo que no
varía son los sentimientos de culpa tras cada bocado, la satisfacción de un
estómago vacío, las arcadas tras la puerta del baño, el “comí antes de venir”,
perder a tus amistades y notar que después de todo, tu estómago no es el único
vacío.
María Fernanda Barrera Torero
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